B.S.N.O. (disclaimer)

Ante lo complicado, engorroso y fútil (me encanta esta palabra, signifique lo que signifique) de darle a las aventuras de Zalomán la Banda Sonora que se merecen de forma correcta y/o legal, a lo largo de la publicación irán apareciendo en otro color las canciones que el lector debería tener a mano para poder leer cada pasaje dentro de su ambientación originalmente concebida. Siento lo cutre del método, pero a aquel con las suficientes energías le hará descubrir nuevos grupos fantásticos, recuperar grandes clásicos desconocidos o rememorar antiguos pasajes de una vida al borde del acantilado del olvido.







ZALOMÁN BEGINS (II)

Cap. 2 – Las cosas comienzan a ponerse raras

La luna luchaba sin éxito con las nubes por un hueco en el plomizo cielo nocturno de Sad City. Era una de esas noches en que la tormenta parece ser cuestión de minutos pero nunca acaba de caer. La humedad y el calor eran insoportables, pero por suerte Gonzalo estaba de estreno. Su flamante nueva furgoneta (una GMC negra con una raya verde brillante en diagonal ascendente de los faros al alerón sobre la puerta trasera, donde se ensanchaba poco a poco) gozaba de un extraordinario sistema de climatización último modelo, lo que evitaba que estuviese sudando el nuevo traje de repartidor que se había comprado. Era negro entero, con el logotipo bordado en verde fosforito. Pantalones llenos de bolsillos, los superiores con cremallera, como a él le gustaban, y los laterales de la pierna con espacio suficiente para la libreta y los listados de albaranes, con dos remaches plateados en la solapa del cierre. El polo, con un elegante cuello con cierre de dos botones, estaba impecablemente planchado, modelando su torso y cerrando las mangas con un leve fruncido que ceñía sus bíceps.
[Filter - "The best things"]

Así de impecable surcaba la ciudad en sus quehaceres nocturnos, dejando a su paso una estela de poderío con aroma a “Moi”, el nuevo perfume que se había hecho traer exclusivamente desde París.

La bulliciosa noche se adentraba poco a poco en la soledad de la madrugada. Circulando por una de las avenidas más exclusivas del centro, el calor del día daba paso paulatinamente a un frescor agradable que entraba a raudales por las ventanillas abiertas y movía la frondosa cabellera de Gonzalo. La ciudad era suya y extendía el perfecto manto de asfalto a sus pies. Nada ni nadie podía estropear aquello.

Sin embargo, un sexto sentido pareció de repente advertir a Gonzalo de que algo no iba bien. Paró la furgoneta en un lateral y bajó el volumen de la música. Nada parecía perturbar la quietud reinante. Esperó. Frunció el ceño, entornó los ojos y miró de reojo por la ventanilla hacia el exterior. Nada. Alzó una ceja. Pensó que quizás sus dotes suprasensoriales estaban ociosas y querían sólo mantenerse alerta, por lo que se disponía de nuevo a subir el volumen cuando un grito angustiado desgarró la noche. Instantáneamente giró la cabeza hacia el lugar de donde provenía y advirtió a una hermosa rubia doblada de espaldas en una ventana del piso 32 de un alto edificio acristalado. Dos manos enfundadas en elegante cuero negro la sujetaban por el cuello de forma incompatible con una respiración acompasada.




Gonzalo no se lo pensó dos veces. Subió el volumen del estéreo al máximo y con la velocidad del rayo se bajó del vehículo, arrancó su uniforme de repartidor y apareció su extraordinario y musculado traje de goma negra con una Z verde sobre el pecho. Dirigió su puño derecho en dirección a la ventana y disparó un certero garfio de tres puntas que, una vez clavado en el marco de la misma, le permitió remontar a semejante altura mediante un resistente cable de fibras de acero y kevlar. Una vez de pie sobre el quicio de la ventana observó cómo los guantes pertenecían a su archiconocido enemigo Red Moustache, el cual soltó a la chica y reculó con una mezcla de asombro y odio en sus ojos, la única zona visible de su rostro bajo el enorme sombrero de ala ancha que portaba.
- ¡Tú…! - rechinaron sus dientes.
- Gonzalo le miró con una sonrisa despectiva.- …Hasta la vista, baby.
Le soltó una patada en la cara y Red Moustache cayó inconsciente sobre sus espaldas. Gonzalo se giró, cogió a la chica por la cintura con su mano izquierda y con la derecha accionó de nuevo la polea del cable, el cual los descendió hasta posarlos suavemente sobre la acera. Ella, con los rubios rizos cayendo sensualmente sobre los hombros, se apretó contra su pecho. Una mirada que desharía un glaciar en segundos se clavó en los ojos de Gonzalo, los cuales bajaron hasta la sensual boca de fresa que, entreabierta, se ofrecía a los más libidinosos pensamientos. Gonzalo se acercó a besarla…
[Se detiene la música]
- Dame veneno que quiero morí – dijo ella de repente con una voz horrible.
- ¿Qué?
- Dame veneeeeeeeeenooooooo.
- ¿Pero qué coño…?
- Antes prefiero la muerte que vivir contigo, dame veneeeeeeeeeeenooooooo…
- Ay, mierda, que ya sé lo que está pasando.
- ¡¡¡Ay, para morí!!!

Efectivamente, el radio despertador le anunciaba que ya iba siendo hora de resucitar un rato. Gonzalo no abrió los ojos, pero sabía perfectamente que allí no había rubia de boca sensual, que él no llevaba puesto un traje de superhéroe y que la furgoneta aparcada en la calle seguía siendo una Kangoo de mala muerte. En aquella habitación le acompañaba tan sólo Robert de Niro con las manos en los bolsillos, como queriendo decir que no pensaba prepararle el desayuno.

Todo había sido demasiado bonito, pero también era lo habitual. De hecho, cualquier sueño tendía a ser sensiblemente mejor que el panorama que le esperaba al abrir los ojos. Esta vez, al menos, no llegó a manchar la cama, que también era lo habitual cuando rescataba a la candorosa rubia.

Se pegó una ducha rápida tarareando “Si yo fuera rico” y sin secarse se dirigió a la nevera a prepararse el desayuno: un vaso de zumo de naranja y un Nesquick con dos sobaos. Se sentó frente a la pequeña tele, en la mesa de terraza con silla a juego que utilizaba a modo de comedor. Sintonizó la NNN (Nosotros News Network). Pocas novedades: la bolsa subía y bajaba, que es lo que hace siempre; el gobierno sacaba un nuevo decreto que ellos veían estupendo y la oposición veía fatal, aunque ninguno sabía a ciencia cierta de qué trataba; a las 8 de la tarde el MATE había convocado una manifestación en el centro de Sad City, para protestar por no sé qué, como previa al macrobotellón de las 10; dos gilipollas hacían el gilipollas en un acuario rodeados de tiburones drogados; en un pueblo perdido merendaban la salchicha de sucedáneo de pechuga de pavo rellena de queso más larga del mundo, creando así una nueva categoría de Récord Guinness que ellos mismos pasaban a ostentar; etc… Desde luego, paladear un sobao mojado en leche fría era mucho mejor que todo aquello. De reojo observaba por la ventana del patio interior del edificio. En la ventana de enfrente, el tendal estaba hoy lleno de ropa. Hacía sólo un par de meses que Gonzalo veía movimiento en ese tendal, además con ropa femenina en la que no habían gastado mucha tela, lo que le sugería que alguna buena moza había alquilado aquel piso simétrico al suyo. Sin embargo, aún no había sido capaz de ver a la inquilina y todo lo que sucediera en aquella casa había de suponerlo a partir de lo que colgara de aquellas cuerdas grises. Esto dejaba un gran margen a la imaginación, cosa más que suficiente para que a Gonzalo le quedase bien poco para ubicar allí a la despampanante rubia que rescataba en sus sueños. Probablemente ella estuviese en ese mismo instante espiándole al amparo de las cortinas, modelando sus perfectas caderas con las manos y humedeciendo los labios, presa de ardorosos sofocos de reprimida pasión. Instintivamente, Gonzalo metió barriga y miró la tele con fingido interés.

Esa noche, Gonzalo, en vez de surcar la ciudad raudo y veloz como en su sueño, volvía a rebotar penosamente con su cochambrosa furgoneta de bache en bache. Le encantaría saber arameo para poder jurar aún más de lo que ya lo hacía, porque el vocabulario empezaba a quedársele corto.

Ya había pasado largo rato de medianoche cuando, llegando a una céntrica plaza, comprobó que la manifestación – botellón del MATE (Movimiento Antisistema Terriblemente Errático) había degenerado, siempre y cuando algo que ya es nefasto de inicio pueda ir a peor. La calle estaba atestada de drogatas y borrachos meafarolas (en el sentido literal de la palabra). Aquello tendría que estar dándoles asco a ellos mismos, si tuvieran las dos neuronas precisas para ser conscientes de la realidad circundante.

Pero los punzantes pensamientos misántropos que se venían al fruncido ceño de Gonzalo no le permitían imaginarse siquiera que las cosas estaban a punto de ir a peor… mucho peor.

ZALOMÁN BEGINS (I)

Cap. 1 – El 4 de Julio
[Trent Reznor - "Persia invasion"]
Vi entonces que eran las criaturas más extraterrestres que imaginarse pueda. Eran enormes cuerpos redondeados –más bien debería decir cabezas-, de un metro veinte de diámetro, y cada uno tenía delante una cara. Esta cara no tenía nariz –los marcianos parecen no haber tenido el sentido del olfato-, sino sólo un par de ojos muy grandes y de color oscuro, y debajo de ellos una especie de pico carnoso. En la parte posterior de la cabeza o cuerpo –no sé como llamarlo- había una superficie tirante que oficiaba de tímpano y a la que después se ha considerado como la oreja, aunque debe haber sido casi inútil en nuestra atmósfera, más densa que la de Marte. En un grupo alrededor de la boca había dieciséis tentáculos delgados y semejantes a látigos, dispuestos en dos montones de ocho cada uno. Estos montones han sido llamados manos por el profesor Howes, el distinguido anatomista. Cuando vi a esos marcianos parecían todos esforzarse por levantarse sobre esas manos; pero, naturalmente, con el peso aumentado debido a la mayor gravedad de la Tierra, esto les resultaba imposible. Hay razones para suponer que en su planeta…

De pronto, una enorme sombra oscureció la puerta. Una respiración pesada y arrítmica parecía dar cuerpo al aire caliente que rodeaba aquella figura. Su voz sonó grave y metálica.

- Leer sólo te muestra vidas que no puedes vivir.

Mariano levantó la cabeza del libro y frunció el ceño. Sin decir nada, sostuvo la mirada que probablemente aquel contraluz tenía fija en él. Su voz ronca volvió a hacer vibrar la pesada atmósfera.

- Te deprimirás.
- Otros se limitan a vivir su propia vida… y acaban deprimiéndose igual - le contestó Mariano mientras cerraba el libro y se incorporaba de su asiento.




Interrumpido en su sacra lectura del atardecer, Mariano volvió detrás de la barra y descolgó una jarra del estante. Por fin, la figura se movió pesadamente hacia el interior del bar, dejando entrar de nuevo la luz para iluminar el local, el cual no mejoraba mucho su aspecto con relación a la penumbra. Cogió un taburete, lo movió hacia una esquina, desde donde podía divisar la tele y la calle a través de la puerta con sólo girar el cuello, y se acodó con la naturalidad que sólo da la experiencia.
-¿Qué lees?
- Aquí pone “La guerra de los mundos”, pero habría jurado que era tu última revisión médica.
- Ah, ¿va de hospitales?- dijo la sombra con sorna.
- No, va de gente guapa… ¿Lo de siempre?
Desde su asiento le asintió con un mohín. Gonzalo, que así se llamaba, era un tipo alto y gordo en lo físico, vago e inexpresivo en lo anímico. Mariano volvió al rato con el peppermint frappé y las croquetas de jamón. Le picó una antes de dejar el plato sobre la barra y volvió a su monótono quehacer de secado de vasos. Gonzalo le miró de reojo esperando una justificación a aquel pequeño hurto, pero al poco volvió la cabeza hacia la televisión colgada en la esquina contraria, donde Mariano ya había clavado la vista, que no la mirada.
Un tiempo indeterminado más tarde, Gonzalo sacó un billete del bolsillo, lo posó sobre la barra, dio las gracias de forma mecánica y se despidió con un lacónico “hasta mañana”. Cuando estaba a punto de traspasar el umbral de la puerta, Mariano le llamó. Gonzalo se volvió y le miró fijamente sin responder. El barman pareció dudar un momento, pero finalmente se decidió:
- Feliz cumpleaños, Gonzalo.
- Eres un cabronazo. - le respondió Gonzalo con una sonrisa triste.
- Sí, y tu único amigo. Cuídate ahí fuera.
Y volvió a sus vasos mientras Gonzalo ganaba la calle.


Era el 4 de julio de 2035 y la noche de Sad City era un hervidero de gente. No en vano era la fiesta nacional, instaurada hacía 23 años gracias a que EE.UU. se había decidido por fin a instituirse como poder omnímodo, invadiendo la sede central de la ONU y creando la Coalición Confederada del Control y la Paz (CCCP). Todos los países considerados como del primer mundo fueron invitados a unirse en sucesivas y convincentes visitas de la armada estadounidense. El resto del mundo también fue visitado de forma convincente por el mismo ejército, pero con una invitación bien diferente. Todos esos territorios fueron reunidos bajo un conjunto de divisiones administrativas denominado Ubicaciones Residuales Sistemáticamente Sometidas (URSS). Cuando alguna lumbrera de la Casa Blanca se dio cuenta de que los nombres escogidos podrían dar lugar a simpáticos equívocos históricos de amplia repercusión entre el populacho, ya era tarde. Las siglas habían sido ya bordadas, grabadas e impresas, mediante un oneroso contrato de adjudicación a la New Enron Company, en todos y cada uno de los lugares imaginables, desde los parches del brazo de los astronautas hasta las tapas de las alcantarillas. Finalmente, se aprobó la ley que prohibía su pronunciación a los ciudadanos, quedando las denominaciones oficiales en “Nosotros” y “Ellos”.
A Gonzalo aquello le traía sin cuidado. Bastante tenía con su vida como para encima preocuparse por toda esa basura. Como cada noche, recorría de forma mecánica las mil y una rutas imaginables de reparto nocturno con su destartalada Renault Kangoo, con el único objetivo de realizar las entregas con la menor conversación posible y esquivar a los conductores borrachos, que a esas horas eran legión, sin atropellar a los peatones borrachos, cuyo número sólo podía expresarse en forma potencial. Gonzalo los odiaba a todos, sin excepción.
La noche era oscura y hacía un calor de muerte. Entre derrapes y volantazos, las calles del centro se sumían poco a poco en una nueva y decadente madrugada. Se decía que Sad City era la ciudad que nunca dormía, pues aquello estaba casi tan lleno de gente por la noche como por el día. Las aceras se perlaban de yonkis, putas y vividores con dinero que, sin temor a error, bien podrían repartirse en las dos categorías anteriores. De día, la cosa no era mucho mejor. Incluso se podían ver economistas, abogados y porteras.


Pasaban de las 9 de la mañana cuando Gonzalo llegó a su casa, un minúsculo apartamento en un antiguo bloque de viviendas sociales de los arrabales de la ciudad, en su barrio más populoso (lo de “popular” siempre le había parecido un estúpido eufemismo en boca de los que prefieren no abrir los ojos a la realidad). Cerró la puerta con dos vueltas y dejó las llaves colgando de la cerradura. Tiró la camisa sobre un perchero de seis bolas, todas vacías, y dejó los zapatos debajo, arrimados al rodapié. Allí mismo, sin separación alguna, estaba su habitación, única sala por otro lado de toda la casa. Tan sólo un minúsculo baño de azulejos azul mate y una barra a modo de cocina diferenciaban aquel tugurio de una choza masai, como aquellas que Gonzalo recordaba de las fotonovelas de Orzowei que había heredado de su padre.
Estaba terriblemente cansado, deprimido e inapetente. Se tragó casi sin masticar medio plato de arroz del día anterior que encontró en la nevera y se dispuso a intentar dormir sobre una cama cuyo colchón ardía sólo con mirarlo. Encendió la luz de la mesilla, bajó la persiana hasta no dejar ni una rendija y se tumbó, sudoroso y con los ojos abiertos. Desde allí miró los dos únicos pósters que tenía en la pared: un cartel de Taxi Driver y una reproducción de “Montaña de Santa Victoria con gran pino”, de Paul Cezanne. Permaneció mirando este último y se durmió imaginando cómo olería el aire fresco de la primavera en la serena campiña francesa. Una de tantas cosas que estaba destinado a no conocer.